La guerra contra las mujeres
18 diciembre 2006
Por Jaime Restrepo. Director Sistema Atrabilioso
Era una de las tantas guerrilleras reclutadas a la fuerza. Sin embargo, durante su estadía en las FARC resultó embarazada y decidió huir de la cuadrilla a la que pertenecía.
Pocas horas después de la fuga fue capturada por sus compañeros y en un rápido juicio, decidieron condenarla a muerte. Una vez asesinada, los salvajes extrajeron el bebé del vientre y lo expusieron para amenazar y disuadir a todas aquellas guerrilleras que pensaran en desertar de la miserable vida en las FARC.
¿Qué calificativos le caben a lo anterior? Monstruosidad, aberración, salvajismo o barbarie parecen ser términos demasiado reducidos para describir lo que hacen las FARC y los demás grupos violentos con muchas mujeres colombianas.
En un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se muestra la situación crítica que viven las mujeres expuestas a la guerra en Colombia. Dice el informe que la guerrilla y los grupos paramilitares usan la violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres como una estrategia de guerra.
Hay dos fases para diferenciar: la primera es la violación como trofeo de guerra. Los grupos armados ilegales someten a sus víctimas a vejámenes sexuales que tienen la intención de confirmar que lograron el poder intimidatorio en alguna zona o también, para demostrar que a partir de ese momento, ellos mandan ahí y todos los lugareños son, por qué no decirlo, sus esclavos.
Además, a las mujeres las reducen, en el mejor de los casos, a una esclavitud sexual temporal que unida a la humillación para familiares y vecinos, se convierte en una amenaza de lo que podría pasar con las demás, de no someterse a los designios de los violentos.
La segunda fase comienza con el reclutamiento forzado de niñas y mujeres jóvenes. En diferentes regiones del país, los padres tienen que hacer enormes esfuerzos para librar a sus hijas de las garras violentas. En muchos casos los esfuerzos son infructuosos y las niñas son llevadas a la fuerza por sus captores a los campos de adoctrinamiento.
Un informe de la Defensoría del Pueblo y del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señala que la edad promedio de reclutamiento ha disminuido. El documento revela que en el año 2001 la edad promedio era de 13 años, actualmente se estima que menores de 12 años ingresan a los grupos alzados en armas.
Después de algunas semanas de entrenamiento, las niñas comienzan a padecer la verdadera misión para la que fueron reclutadas por los salvajes criminales: son juguetes sexuales para los jefes, premios de cama para los combatientes “valientes” y, cuando no las tienen ocupadas en esos menesteres, las obligan a dedicarse a cuidar a los cabecillas, de su ropa y hasta de las botas que deben quedar impecables y sin una sola mancha de barro.
Era una de las tantas guerrilleras reclutadas a la fuerza. Sin embargo, durante su estadía en las FARC resultó embarazada y decidió huir de la cuadrilla a la que pertenecía.
Pocas horas después de la fuga fue capturada por sus compañeros y en un rápido juicio, decidieron condenarla a muerte. Una vez asesinada, los salvajes extrajeron el bebé del vientre y lo expusieron para amenazar y disuadir a todas aquellas guerrilleras que pensaran en desertar de la miserable vida en las FARC.
¿Qué calificativos le caben a lo anterior? Monstruosidad, aberración, salvajismo o barbarie parecen ser términos demasiado reducidos para describir lo que hacen las FARC y los demás grupos violentos con muchas mujeres colombianas.
En un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se muestra la situación crítica que viven las mujeres expuestas a la guerra en Colombia. Dice el informe que la guerrilla y los grupos paramilitares usan la violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres como una estrategia de guerra.
Hay dos fases para diferenciar: la primera es la violación como trofeo de guerra. Los grupos armados ilegales someten a sus víctimas a vejámenes sexuales que tienen la intención de confirmar que lograron el poder intimidatorio en alguna zona o también, para demostrar que a partir de ese momento, ellos mandan ahí y todos los lugareños son, por qué no decirlo, sus esclavos.
Además, a las mujeres las reducen, en el mejor de los casos, a una esclavitud sexual temporal que unida a la humillación para familiares y vecinos, se convierte en una amenaza de lo que podría pasar con las demás, de no someterse a los designios de los violentos.
La segunda fase comienza con el reclutamiento forzado de niñas y mujeres jóvenes. En diferentes regiones del país, los padres tienen que hacer enormes esfuerzos para librar a sus hijas de las garras violentas. En muchos casos los esfuerzos son infructuosos y las niñas son llevadas a la fuerza por sus captores a los campos de adoctrinamiento.
Un informe de la Defensoría del Pueblo y del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) señala que la edad promedio de reclutamiento ha disminuido. El documento revela que en el año 2001 la edad promedio era de 13 años, actualmente se estima que menores de 12 años ingresan a los grupos alzados en armas.
Después de algunas semanas de entrenamiento, las niñas comienzan a padecer la verdadera misión para la que fueron reclutadas por los salvajes criminales: son juguetes sexuales para los jefes, premios de cama para los combatientes “valientes” y, cuando no las tienen ocupadas en esos menesteres, las obligan a dedicarse a cuidar a los cabecillas, de su ropa y hasta de las botas que deben quedar impecables y sin una sola mancha de barro.
De hecho las investigaciones advierten que el despertar sexual de las niñas reclutadas forzosamente se ha dado entre los 5 y 13 años, en su gran mayoría obligadas por los jefes o comandantes de los grupos ilegales, situación que altera el autoestima y la dignidad de los niños.
Muchas de ellas son violadas porque se niegan a compartir la intimidad con los panzones oligarcas, porque esas niñas sienten la repulsión propia de todo ser humano ante esas espantosas figuras.
Pero al negarse solo despiertan los instintos depravados de sus captores: ellos, como cualquier depredador, quieren imponer el poder y someten a sus cautivas a las aberraciones que sacian temporalmente la depravación de los cabecillas.
Claro que antes de violarlas las han obligado a emplear métodos anticonceptivos, especialmente el dispositivo intrauterino, para que la simiente criminal y salvaje no se esparza por la tierra.
Sin embargo, muchas veces no funcionan los métodos de planificación y las ultrajadas resultan embarazadas.
Entonces, los “héroes violadores” deciden otra vez por ellas (¿alguna duda de la esclavitud?) y las obligan a abortar. Algunas reciben ciertos cuidados para tal procedimiento, pero otras, la mayoría, son sometidas a la interrupción del embarazo sin anestésicos, ni cuidados ni nada que evite el dolor.
Solo en algunos casos las víctimas logran continuar con el embarazo, pero eso si, tienen que combatir con su barriguita creciendo.
Hace algunos meses, en pleno combate, un policía paramédico tuvo que atender el parto de una guerrillera y prestarle todos los cuidados hasta lograr el traslado en helicóptero de la mujer y de su criatura.
En un informe de la Defensoría del Pueblo y de UNICEF se indica que el 34% de las niñas desmovilizadas aceptó haber estado en embarazo por lo menos una vez y 3 de cada 10 embarazos fueron interrumpidos durante el tiempo en que las menores eran combatientes.
Lo peor es que en Colombia no hay investigaciones por reclutamiento de menores para la guerra: Pese a que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar atiende en la actualidad a 2.600 menores desmovilizados, la justicia no ha adelantado hasta el momento ninguna investigación penal por reclutamiento forzoso.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, las mujeres colombianas siguen siendo unas de las principales víctimas de la barbarie de las FARC y de las AUC.
¿Habrá que premiarlos también por esto?
Muchas de ellas son violadas porque se niegan a compartir la intimidad con los panzones oligarcas, porque esas niñas sienten la repulsión propia de todo ser humano ante esas espantosas figuras.
Pero al negarse solo despiertan los instintos depravados de sus captores: ellos, como cualquier depredador, quieren imponer el poder y someten a sus cautivas a las aberraciones que sacian temporalmente la depravación de los cabecillas.
Claro que antes de violarlas las han obligado a emplear métodos anticonceptivos, especialmente el dispositivo intrauterino, para que la simiente criminal y salvaje no se esparza por la tierra.
Sin embargo, muchas veces no funcionan los métodos de planificación y las ultrajadas resultan embarazadas.
Entonces, los “héroes violadores” deciden otra vez por ellas (¿alguna duda de la esclavitud?) y las obligan a abortar. Algunas reciben ciertos cuidados para tal procedimiento, pero otras, la mayoría, son sometidas a la interrupción del embarazo sin anestésicos, ni cuidados ni nada que evite el dolor.
Solo en algunos casos las víctimas logran continuar con el embarazo, pero eso si, tienen que combatir con su barriguita creciendo.
Hace algunos meses, en pleno combate, un policía paramédico tuvo que atender el parto de una guerrillera y prestarle todos los cuidados hasta lograr el traslado en helicóptero de la mujer y de su criatura.
En un informe de la Defensoría del Pueblo y de UNICEF se indica que el 34% de las niñas desmovilizadas aceptó haber estado en embarazo por lo menos una vez y 3 de cada 10 embarazos fueron interrumpidos durante el tiempo en que las menores eran combatientes.
Lo peor es que en Colombia no hay investigaciones por reclutamiento de menores para la guerra: Pese a que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar atiende en la actualidad a 2.600 menores desmovilizados, la justicia no ha adelantado hasta el momento ninguna investigación penal por reclutamiento forzoso.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, las mujeres colombianas siguen siendo unas de las principales víctimas de la barbarie de las FARC y de las AUC.
¿Habrá que premiarlos también por esto?