Alegría que perturba
29 diciembre 2006
Por: Miguel Yances Peña. myances@msn.com
Columnista de El Universal de Cartagena. Especial para Atrabilioso
Por esta época del año, y en cada temporada turística, o durante los innumerables eventos nacionales e internacionales que se realizan en la ciudad, llegan a Cartagena gran número de turistas que congestionan el sector histórico y los barrios del estrato seis en particular , pero en general todos los establecimientos comerciales, especialmente los restaurantes y las pocas vías y espacios que posee la ciudad.
Estos visitantes vienen a divertirse y pagan por ello y parte de la economía de la ciudad vive de ellos. Esa es la vocación de la ciudad, y gobierno y sector privado invierten recursos para que esa afluencia de turistas sea cada día mayor. Eso está tácitamente aceptado, aunque como dijimos genera incomodidad no solo en la disponibilidad de espacio, sino por las actividades recreativas que realizan.
Yo creo que aunque se puede ser feliz en la intimidad, no se puede estar alegre sin estar en grupo, en movimiento y generar ruido: son dos conceptos parecidos pero diferentes. La alegría es dinámica, se expresa ante los demás y conlleva ruido: conduce a la felicidad, pero la felicidad no necesariamente va acompañada de manifestaciones de alegría.
La alegría es contagiosa, la tristeza también. Pero mientras que las expresiones de tristeza son intimas, silenciosas, la alegría desborda nuestro entorno y toca a los demás. Y ahí radica el problema, la alegría de unos estorba a otros que defienden su derecho a no ser perturbados, y el grado de sensibilidad es tan subjetivo y variado como personas existan.
Dos elementos indispensables de la alegría son la compañía y la música alegre; y la música alegre se escucha con volumen alto que difunde el viento con gran facilidad. Para rematar, los horarios de diversión de los unos, coinciden con los de descanso de los otros.
Es imposible realizar ningún acto de multitudes sin afectar a los que no participan de él, mucho más difícil cuando son para estar alegres y se acompaña de música y licor. Esa verdad inobjetable no se puede desconocer, aunque los que no participan de él ni se contagian de la alegría que desbordan se sientan perturbados: se puede mitigar, pero no evitar, so riesgo de convertirnos en un pueblo triste y aburrido.
La alegría y la forma de expresarla en el comportamiento, esta condicionada a la cultura de los grupos ciudadanos: unos son más bulleros y desinhibidos que otros, pero en general el turista (por estar lejos de sus reguladores de conducta) lo es más que todos los demás. Las comunidades costeras son especialmente alegres y bullangueras.
La respuesta de la ciudadanía es variada. Unos se van de viaje según sus posibilidades económicas, otros se convierten en espectadores, o simplemente se encierran en sus casas y apartamentos, y los restantes se dedican a quejarse y a protestar.
¿Qué se podrá hacer para conciliar la alegría con el derecho a no ser perturbado? Bueno ya lo han planteado muchos columnistas en la ciudad: poner limite a los niveles de sonido, realizarlos en sitios de fácil acceso y en lo posible lejos de las zonas residenciales, o cerca de la población objetivo.
Los eventos de música popular, por ejemplo, podrían ubicarse cerca de los barrios populares y los más refinados –no estoy calificándolos como uno mejor que el otro, solo diferentes- cerca de los barrios mas aristocráticos.
Y por ultimo en el caso que sea imposible dejarse contagiar de la alegría ajena, llenarse de mucha tolerancia, o cerrar puertas y ventanas, y aislarse para hacer su propio ambiente.
Por esta época del año, y en cada temporada turística, o durante los innumerables eventos nacionales e internacionales que se realizan en la ciudad, llegan a Cartagena gran número de turistas que congestionan el sector histórico y los barrios del estrato seis en particular , pero en general todos los establecimientos comerciales, especialmente los restaurantes y las pocas vías y espacios que posee la ciudad.
Estos visitantes vienen a divertirse y pagan por ello y parte de la economía de la ciudad vive de ellos. Esa es la vocación de la ciudad, y gobierno y sector privado invierten recursos para que esa afluencia de turistas sea cada día mayor. Eso está tácitamente aceptado, aunque como dijimos genera incomodidad no solo en la disponibilidad de espacio, sino por las actividades recreativas que realizan.
Yo creo que aunque se puede ser feliz en la intimidad, no se puede estar alegre sin estar en grupo, en movimiento y generar ruido: son dos conceptos parecidos pero diferentes. La alegría es dinámica, se expresa ante los demás y conlleva ruido: conduce a la felicidad, pero la felicidad no necesariamente va acompañada de manifestaciones de alegría.
La alegría es contagiosa, la tristeza también. Pero mientras que las expresiones de tristeza son intimas, silenciosas, la alegría desborda nuestro entorno y toca a los demás. Y ahí radica el problema, la alegría de unos estorba a otros que defienden su derecho a no ser perturbados, y el grado de sensibilidad es tan subjetivo y variado como personas existan.
Dos elementos indispensables de la alegría son la compañía y la música alegre; y la música alegre se escucha con volumen alto que difunde el viento con gran facilidad. Para rematar, los horarios de diversión de los unos, coinciden con los de descanso de los otros.
Es imposible realizar ningún acto de multitudes sin afectar a los que no participan de él, mucho más difícil cuando son para estar alegres y se acompaña de música y licor. Esa verdad inobjetable no se puede desconocer, aunque los que no participan de él ni se contagian de la alegría que desbordan se sientan perturbados: se puede mitigar, pero no evitar, so riesgo de convertirnos en un pueblo triste y aburrido.
La alegría y la forma de expresarla en el comportamiento, esta condicionada a la cultura de los grupos ciudadanos: unos son más bulleros y desinhibidos que otros, pero en general el turista (por estar lejos de sus reguladores de conducta) lo es más que todos los demás. Las comunidades costeras son especialmente alegres y bullangueras.
La respuesta de la ciudadanía es variada. Unos se van de viaje según sus posibilidades económicas, otros se convierten en espectadores, o simplemente se encierran en sus casas y apartamentos, y los restantes se dedican a quejarse y a protestar.
¿Qué se podrá hacer para conciliar la alegría con el derecho a no ser perturbado? Bueno ya lo han planteado muchos columnistas en la ciudad: poner limite a los niveles de sonido, realizarlos en sitios de fácil acceso y en lo posible lejos de las zonas residenciales, o cerca de la población objetivo.
Los eventos de música popular, por ejemplo, podrían ubicarse cerca de los barrios populares y los más refinados –no estoy calificándolos como uno mejor que el otro, solo diferentes- cerca de los barrios mas aristocráticos.
Y por ultimo en el caso que sea imposible dejarse contagiar de la alegría ajena, llenarse de mucha tolerancia, o cerrar puertas y ventanas, y aislarse para hacer su propio ambiente.